Estás en la tumbona, tan tumbada.
Eres mi hermana, mi madre, mi familia.
Yo te imagino ahora más liviana.
Úrculo te ha pensado con sombrero.
Silvio te ha regalado una sombrilla.
Todos,
alguna vez,
te hemos soñado.
Pero ahora estás ahí,
bañada en sol,
en un hotel de mil estrellas de un poblado
que en agosto se llena de bailes y de copas.
El biquini que llevas
tan sutil
confía tanto como tú en tu cuerpo.
Yo, desde mi ventana de voyeur joven verde
te contemplo.
Vigilo el más pequeño movimiento de ti,
de tu biquini.
Canto.
Te escribo una poesía.
Me enamoro.
Invoco a Clío,
a Nemosine,
a todas esas musas que conozco.
No vienen,
pero el que sí que viene
es, yo sigo en la ventana,
un bigardo que seguro hace surf
está forrado y tiene un deportivo
con equipo de 1500 watios
y cargador de 9 o 10 cds.
Seguro que ese cerdo afortunado
no te escribe poesías
seguro que a ti eso
no te importa.
Para ese tipo de gilipolleces
ya me tienes a mí,
porque para eso sirve
la literatura.
Para que tú te vayas con el surfer
y yo escriba que me fui contigo.
La mentira de la literatura, Gonzalo Escarpa
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